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7 de febrero de 2018

Amaia. La chica que susurraba a los aspersores



No soy ningún devorador de concursos-reality, mi hambre de TV la suelo saciar con otro tipo de espacios. Solamente he echado un vistazo alguna vez a Masterchef, como quien tiene música de fondo, mientras daba una vuelta por Twitter.
Confieso que sí que fui un asiduo de la primera edición de Gran Hermano, algo que nos vendieron como un experimento sociológico pero que acabó siendo otra fábrica más de personajes de Telecinco con la que rellenar su parrilla diaria dedicada al cotilleo puro y duro y la cutre-realidad.

Así que esta nueva edición de OT, en principio no despertó en mí ni la menor de las curiosidades. Pero para eso estaba el marketing, o casi mejor el boca a boca, o en estos tiempos, más bien el tweet a tweet. En mis múltiples paseos por Twitter mientras tengo de fondo el programa de televisión de turno, los incesantes comentarios de gran cantidad de gente sobre una chiquilla que había en Operación Triunfo, despertaron mi curiosidad por el concurso.
Hablaban maravillas de ella, tanto musicalmente, como de su personalidad, su inocencia y  sus tiernas meteduras de pata.
Como siempre me pasa, las altas expectativas en algún tema generan en mí recelos que se tornan en prejuicios provocando finalmente el sentimiento contrario a la corriente que ha generado dichas expectativas. Ya me pasó con Mad Men, archipremiada serie de culto donde las haya que por más oportunidad que le di fue todo un fiasco.
A veces la corriente es tan unánime y las expectativas son tan altas, que deseo con todas mis fuerzas que me acabe gustando, quizás por querer ser también partícipe de ese pensamiento generalizado, por no sentirme raro o simplemente por no quedarme fuera de ese “fenómeno”... aunque casi nunca termina sucediendo.

El caso es que poco a poco iban apareciendo vídeos de esa chiquilla de OT, de las canciones de las galas, sus ensayos o incluso de sus ratos libres haciendo versiones muy particulares de canciones impropias de los gustos de una joven de tan corta edad. En ellos iba descubriendo su chocante personalidad, con la espontaneidad y candidez propia de su insultante juventud que, como no podía ser de otra manera, ¡es lo que toca en esas edades! Y es que no soporto a los niños/as resabidos que van de maduros por mero postureo…

Por ser inocente, sencilla y espontánea los fans no han tardado en adoptar para ella el alias de la ganadora de la primera edición, pasando a ser para ellos “Amaia de España”. Pero no, este aspecto no me interesa ahora, es un terreno en el que no me voy a adentrar pues considero que este concurso ante todo es de MÚSICA, aunque para saciar nuestras ansias de voyeur nos pongan fragmentos de la convivencia en la casa, exista un canal 24h o un chat.
Sin embargo estos rasgos de su personalidad hicieron que todavía me sorprendiera aún más su increíble transformación cuando pisa un escenario. “¡Es que hasta te cambia la cara!” exclamaba un profesor en uno de sus pases de micros.
Esa cándida niña de voz no muy agradable e incapaz de hilar dos frases seguidas en público sin un “jo”, un “no sé” o un “buah que guay”, se subía al escenario en una de las pocas galas en directo que vi (nunca completas por el intempestivo prime time español), y se transformaba completamente para sacarse de la chistera una interpretación de la canción “Shake it out” de Florence and the Machine que me dejó boquiabierto y con un nudo en la garganta.

Amaia cantando se suelta algo más que la melena, suelta un enorme lastre de timidez, vacilaciones e inseguridades que le hacen flotar y nosotros con ella. Porque es poseída por la música y utiliza esa “posesión” para dominarnos como un juguete, ella juega con nosotros y con nuestros sentimientos. Sube, baja, hace una pausa dramática, desliza su dedos delicadamente por las teclas del piano o lo aporrea airadamente y así caemos en sus redes, una y otra vez... nos hace sentir como un muñeco en sus manos.
Su cultura musical es enorme además de su buen gusto y su querencia por sonidos no tan comerciales, cosa de agradecer en estos tiempos de reggaeton y electrolatino... Toca el piano como una profesional, le regalan un ukelele y es la chica más feliz del mundo, hace sus pinitos con la guitarra, la batería… y para culminar, y ganar el concurso, lo hace con una versión a piano de miedo de MClan que nos puso los pelos de punta, rematando después con Starman de David Bowie.
Hay artistas que no cantan un pimiento pero dicen que “transmiten”, hay cantantes “consolador”, como diría Risto Mejide, “perfectos en la ejecución pero tremendamente fríos en el sentimiento” y luego está Amaia.

Amaia ha ganado una edición que ha sido diferente, para mí la más “indi” de todas, la más actual, un reflejo de la sociedad de hoy. Se han tratado en prime time y en la televisión pública temas como la homosexualidad con absoluta normalidad, se ha defendido el feminismo, se ha dado cabida a gran variedad de estilos musicales, hemos tenido a los Javis de profesores de interpretación, a Guille Milkyway impartiendo cultura musical, ha sonado Vetusta Morla, Zahara, que también los visitó, ¡si hasta se ha ganado el concurso con una versión de MClan a piano!

Los concursantes han derrochado buen rollo, compañerismo, se ha valorado y ponderado la cultura del esfuerzo, de la constancia y del trabajo. Acostumbrado al postureo, la vagancia y la estupidez de la que hacen gala algunos jóvenes, este programa me ha hecho tener un poco más de esperanza en la raza humana.
Muchos de ellos desgraciadamente quedarán vagando a la deriva en los profundos mares de la industria discográfica o incluso hundidos en los lodazales de la indiferencia. No es nuevo, ya ha pasado en todas y cada una de las ediciones y esta no iba a ser menos.
Aunque siempre nos quedará alguien que ha demostrado que puede hacer lo que le dé la gana en el mundo de la música y lo va a hacer bien, la clave de su carrera estará en lo acertado de su elección.
Siempre nos quedará la chica que se quedaba mirando hipnotizada a los aspersores.
Siempre nos quedará Amaia.

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