El programa comenzó con una de esas geniales intros a las que nos tiene acostumbrados el equipo de Salvados. Utilizando ese estilo propio casi cinematográfico para adentrarnos en un debate atípico con una estética nueva, enmarcado en un modesto bar de barrio obrero, con unos cafés con leche en vaso (el de toda la vida, el de caña) de por medio. Con Évole haciendo de un Campo Vidal con barba y parka, jóvenes oponentes en mangas de camisa que vienen juntos en taxi charlando amistosamente de sus cosas... Los tres protagonistas compartiendo mesa para 5, muy buena la metáfora de las dos sillas vacías...
Toda una cuidadosamente descuidada escenificación para plasmar una nueva imagen de la política de nuestros tiempos, sin preguntas ni sillas pactadas, sin prohibiciones, sin inútiles parafernalias. Fuera corsés, abran las ventanas, ¡que sople aire fresco!.
Admito que ayer eché de menos al Iglesias tertuliano, ese del discurso punzante, desmelenado e irreverente. Vemos ahora a un Pablo más comedido, dando una imagen más afable, reconociendo errores a diestro y siniestro como la tan criticada y a la vez imitada renta básica para todos, o incluso la imagen que dan de incapacidad de cuadrar las cuentas con sus propuestas económicas.
Y es que no es lo mismo ser un profesor de Universidad televisivo sin ninguna responsabilidad o peso político a tus espaldas, o navegar en los mítines envalentonado con el viento de las encuestas a tu favor, que presentarte a un debate casi en condición de inferioridad contra un más que digno adversario que te está robando gran parte de tu electorado y que viene crecido.
En cuanto al discurso, ya nos vamos conociendo Pablo, ya no nos vale con rumiar hasta la saciedad el genial análisis de la situación del país que hacíais. La gente, todos, queremos más, queremos soluciones, o por lo menos las recetas, que nos digas el menú completo, plato por plato. Sigues con "la clase" bien preparada y en eso eres muy bueno, pero tu efervescencia se diluye en teorías utópicas, en vanas promesas y en monótonas faltas de concreción.
Al otro lado de la mesa teníamos a un adversario confiado, como aquel que es guapo y encima lo sabe. Ese yerno deseado, correcto, incluso amable, pero que cuando toma la palabra es una apisonadora. Hábil, rápido, directo, concreto, de verbo fluido, y lo más importante: creíble, entendible, REALISTA, aunque ayer demasiado arrollador quizá, acaparando demasiada conversación, un poco invirtiendo los papeles.
La estrategia de ambos les llevó a dar una imagen por momentos de cierta vulnerabilidad de Pablo Iglesias y de un mayor manejo de la situación por parte de Albert Rivera.
En cierto modo Podemos ha sido muy útil, (y lo seguirá siendo sobre todo a nivel local o incluso autonómico) y necesario para de alguna manera regenerar un poco el mundo de la política, para que muchos se planteen cosas que, por obvias que parezcan, hasta ahora nadie se había atrevido a plantear abiertamente. Han conseguido que se marquen ciertas líneas rojas en todos los partidos y que se incorporen al discurso e incluso a algún programa electoral ideas que han sido reivindicadas desde el primer momento por esta formación política. En definitiva han sido los artífices de provocar un cambio de rumbo, un despertar en las conciencias de la sociedad. Inercia de la que se ha aprovechado Ciudadanos tomándoles el relevo en las preferencias de la gente que está dando de lado a Podemos por sus repetidos errores, por el chasco europeo de su amigo Tsipras, por los continuos vaivenes ideológicos y falta de concreción de la que ha pecado. Digamos que el camino estaba allanado y ahora Ciudadanos quiere ser el que recoja los frutos, el que pesque en río revuelto.
De momento Rivera lleva las de ganar y más aún viendo el particular duelo de ayer, del que el catalán para mí salió airoso.
Y sí, ellos también han pagado en negro, cosa desgraciadamente muy habitual en este país. Que Dios nos pille confesados.